Salgo del bar, de nuestro teleclub, y recuerdo a la Rosario y el Nicanor, en esa cantina que lo era todo: vinatería, tienda de ultramarinos, su propia casa…Yo era un crío y mis recuerdos son lejanos, pero allí entrábamos a comprar y me parecía un espacio muy pequeño, muy desordenado, las cajas unas encima de las otras, los sifones y las gaseosas La Revoltosa por el suelo, y el Nicanor al otro lado del mostrador despachando con su parsimonia natural y con su lentitud de verbo. La Rosario era distinta, se alteraba enseguida, o igual es que la hacíamos rabiar, no lo sé, pero siempre la recuerdo enfadada. No tenemos que olvidar que regentar un establecimiento así en el pueblo, el único entonces, sin horario de apertura, o más bien con apertura permanente, no debe ser fácil. Los clientes somos bastante impertinentes y si, además, eres del pueblo, te crees con más derechos que nadie para exigir. Así que ahora entiendo perfectamente el mal humor de ambos. No recuerdo haber entrado nunca en su vivienda, o quizás sí, ya no lo sé, pero por el tamaño de la fachada de la casa no podía ser muy grande. Ahora ya ha desaparecido; un muro de piedra rodea lo que en su día fue la tienda del pueblo.
¿Y de San Antón, qué me decís? Una vez pasada la báscula, esa que esta primavera ya ha sido eliminada por el Ayuntamiento, se encuentra San Antón, conocido como el Humilladero. Yo ya no lo recuerdo en su propia esencia, para lo que en realidad fue construido. O sí, pero poco. La memoria me llega mucho más cerca cuando, una vez desacralizado, nos sirvió de terrizo. Es pequeño, pero anda que no dio para risas, juergas y miradas divertidas; dio bastante juego y ahora me parece más pequeño que entonces. O quizás es que no teníamos otra cosa y nos conformábamos con poco. Pero los más mayores conocen perfectamente cuál era su uso inicial. Para el Día del Señor o del Corpus, no lo sé bien, se pasaba a los niños bajo flores, imagino que tiene que ver con el término «humilladero». Seguro que los mayores lo recordarán. En fin, el arco de la entrada con sus piedras de sillería tenía un importante valor; todavía se ve. Hoy vuelve a tener, en invierno, un uso religioso para que, los domingos, los parroquianos no tengan que subir la cuesta de la iglesia, con las bajas temperaturas que acostumbra a haber en Pozalmuro, y para que no se congelen las manos durante la homilía, que allí dentro, cuando hace frío, hace mucho frío.
Encaro la Caldihuela, que alguien me diga qué significa este nombre, por favor. Es evidente que «cal» es una abreviatura de calle, «di» entiendo que significará de, pero la parte final del nombre me desconcierta. Con toda seguridad habrá especialistas que nos podrán sacar de dudas. Al igual que pasa en las ciudades, hay calles que las pisas menos, aunque estén cerca de tu casa; no se sabe porqué pero en una dirección vamos más que en la otra. Pues bien, en Pozalmuro yo era poco de la Caldihuela, aunque aún recuerdo algo. Y mira que es una calle que para las bicis es espectacular. De la Caldihuela lo primero que me viene a la memoria es el señor Paco Romero y también su hermano Arturo. Pero sobre todo, el Paco. Como yo era un niño gordito y fuerte, el hombre siempre me paraba en la calle al pasar por su casa, y me decía que me parecía a Urtain, que era el ídolo pugilístico de aquel entonces, y nos poníamos a hacer como que boxeábamos. Esto fue a principios de los setenta, qué lejos se ve ahora. Siempre nos tuvimos mucho cariño el señor Paco y yo, y sentí mucho su muerte. El padre de los Romero, era el tío Sixto. Yo no le recuerdo, pero sí he oído muchas veces su nombre cuando en la familia se cuentan recuerdos del pasado.
Antes está la casa del Arsenio y la Asunción. Allí vivió antes el padre del primero, el señor Gervasio, a quien tampoco conocí. La Asunción está fenomenal; a pesar de su edad, tiene la cabeza en su sitio, y en verano siempre vuelve al pueblo que tantos recuerdos le trae; le gusta pasear con su andador parándose a hablar con unos y otros.
Casi enfrente de la Asunción viven Jesús y Pili, en una hermosa casa que, antes de reformarse, lo fue del señor Conrado y su mujer, padres de la señora Hilaria, a la sazón madre del Jesús. Se mantiene así una casa familiar.
Al otro lado, la casa del Sr. Antonio, el padre de la señora Ilde y de la madre de Cándido García y sus hermanos que ya no viven en el pueblo, vivienda que actualmente está en venta o, al menos eso reza en su fachada. Cándido y su mujer ahora viven algo más abajo. Se ve que no quiso abandonar su calle y en ella se ha quedado, junto a los vecinos de siempre.
Del Rani y la Andrea ya he hablado en este blog cuando nos dejaron. No sé si su casa se corresponde con la Caldihuela o su bocacalle tiene nombre propio, pero su casa la he frecuentado con Javi, una vez para llevarme un caldero de agua sobre la cabeza; algo estaría haciendo, ya no recuerdo qué. Pero en fin, era verano y tras el chaspazo inicial, imagino que se secaría pronto. Mi abuela Angelita y la Andrea se tenían tanto cariño que para mí siempre fue de la familia. La casa del Rani fue antes la de sus padres, el señor Marcos y la señora Teresa.
La casa de Gerardo y Carmen se deja a la derecha. Me cuentan que en esa casa vivió Juan el Sastre, antes de pasar a residir en la casa de los Mayorazgos, algo más adelante. Fijaos cómo sería Pozalmuro que tenía incluso sastre. Cuando Gerardo y Carmen llegaron pusieron un bar en su casa, el segundo bar del pueblo, y abrieron también tienda de ultramarinos durante un tiempo. Proporcionaban un importante servicio, pero lo cierto es que la despoblación no permite hacer rentable un negocio de esas características y desistieron del proyecto. En su día, había varios comercios, lo sabemos todos, y sin duda todos permitían ganarse la vida. Pensar que nuestro pueblo llegó a tener ochocientos habitantes en algún momento parece ahora imposible, pero así fue. En 1871, el libro de nacimientos de nuestro pueblo recoge VEINTINUEVE anotaciones. Veintinueve nacimientos en un año es una explosión de vida, de niños correteando por el pueblo, de alegrías y también de llantos, de necesidades habitacionales y de hombres y mujeres trabajadores. Veintinueve alumbramientos cuando no había luz eléctrica y los inviernos eran tan duros, pero en los que había vida a rebosar por nuestras calles.
Pasando el callejón, la casa de la señora Basilia, a la que tampoco conocí, ahí resiste el paso de los años, con su fachada en piedra, esbelta pero firme.
Ni conocí la casa del farmacéutico de entonces, como es natural. Pero era un caserón, distinguido por la categoría de sus dueños, pues no hay que olvidar que la farmacéutica, los médicos y los maestros eran entonces personas principales. Ahora es la casa de la María Paz, de Merche y Cristina, una preciosa casa de verano. Saliendo de ella, a continuación vivió Custodio Espuelas, el padre de Aurelia, y abuelo de Inma, amiga de la infancia de nuestro terrizo. Custodio fue uno de aquellos cuatro amigos que dejaron aquel poema grabado en una piedra al pie de San Roque: «Adiós Pozalmuro, adiós; adiós San Roque Bendito, aunque me voy no te olvido». El mundo es muy pequeño, veintitantos años después, Inma y Pilar, mi mujer, han coincidido laboralmente trabajando en la misma empresa y el nombre de Pozalmuro, qué grande es, les une de alguna manera. Aurelia todavía vive, aunque la salud ya la tiene deteriorada pero siempre tiene su pueblo en el recuerdo y se emociona al oír hablar de él.
Antes nos hemos dejado a la señora Ilde, que vivía en ese esconce de la calle, junto a la carpintería. Siempre la recuerdo de riguroso negro, aunque con seguridad no sería así. Santi y Miguel vienen todos los veranos a recorrer nuevamente las calles de su pueblo, a decir misa el Miguel en fiestas para ayudar a don Alfonso en su tarea de agosto, que no sé nunca cómo puede dar abasto con tanto pueblo, tanta fiesta y tanta ceremonia continua. Recuerdo junto a la casa de la Ilde, ahí sí que me llega la memoria, la carpintería del Nemesio, de Hinojosa, que luego se trasladó. Como decía antes, el volumen de clientes potenciales, en este caso para una carpintería, era muy atractivo. Y antes estos negocios manuales eran necesarios en los pueblos. Se reparaba mucho, más que se compraba, y era precisa la presencia de artesanos en el tiempo del recorte de gastos. ¡Ay!, algunos directores financieros de ahora no les llegarían a la suela de los zapatos a ninguna de las mujeres de entonces en su imaginación para hacer de la escasez, abundancia.
El Aureliano, el Angel Dios, la casa del cura y del Goyo, la casa del Wences, en la que vivió mi madre en su infancia, junto a mis tíos y abuelos, con esa morera frondosa que da tan sabrosos frutos, y esa huerta maravillosa, de la que ahora disfrutan sus hijos y nietos; la casa de los Mayorazgos, con su escudo invertido, donde como hemos dicho vivieron también los sastres, y en ella mi amigo Fernando Cebrián, con el que ahora en Zaragoza, pasamos ratos divertidos jugando al frontón junto a un grupo de «jóvenes», tras lo cual nos deleitamos con unas cervecitas y rabas. Y por fin, el corral de los machos, haciendo esquina, donde sus dueños los recogían.
En fin, una calle con mucha vida, con muchos años, con mucha historia. Seguro que muchos de vosotros podéis aportar algo a través de vuestros comentarios. Os animo a que lo hagáis.
Otro día daremos otro paseo.




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Publicado en POZALMURO
Etiquetas: Caldihuela Pozalmuro, Calles de Pozalmuro, La Caldihuela
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